31 de julio de 2006

Un Café con azúcar

Sus pasos destruían armoniosamente cada hoja. Su mirada, mezcla de tristeza y desesperanza, pedía a gritos una salida, o más bien un comienzo. Pensaba en muchas cosas, en la fragilidad y fugacidad de la vida, en las malas jugadas y en el amor...

Hace sólo dos minutos era feliz y ahora, no le quedaba nada más que su sombra. Cada paso era infinito. Le hacía sentir el peso de la tristeza sobre sus hombros.

De pronto, cerró los ojos. Por un momento, volvió al lugar donde todo había empezado. Soñaba las escenas en blanco y negro. Aquél formato le acomodaba. Le permitía imaginar los colores, para dar sentido y carácter a las imágenes según su estado de ánimo.

Fueron dos segundos de oscuridad absoluta, luego divisó su escritorio, un lugar estrecho. Una pequeña ventana le permitía ver todas las mañanas a dos niños despedirse de su madre para ir al colegio...

Repentinamente, abrió los ojos. Hacía dos meses que ya no veía a los niños... quizás se cambiaron de casa... Era lo más probable, el lugar era bastante ruidoso.

Volvió a cerrar los ojos, pero esta vez se sentó en una banca. No quería chocar con alguien o caer en algún otro hoyo. El Parque Forestal estaba lleno de obstáculos...

Volvió a divisar su escritorio, la ventana y las carpetas arrumbadas en una esquina. Cuando llegó a su computador, recordó un papel que él mismo había pegado esa mañana en la pantalla para no olvidar una reunión a las 17:00 horas.

Abrió los ojos. Miró la hora. Eran las 16:55, pero ya no importaba. Volvió a soñar en blanco y negro. Esta vez, vio a sus compañeros, algunos eran buenos amigos. Tomaban juntos café dos veces al día mientras intentaban arreglar el mundo. Quizás ya no los volvería a ver. Seguramente no, después de lo ocurrido hoy.

No quería seguir con los ojos cerrados. Sabía que era inevitable revivir ese momento. Tampoco quería abrirlos y mirar su reloj, ver que ya eran las cinco de la tarde y él en el parque, con su maleta y traje azul.

La escena era nítida. Él, preparando un café. Ella, sonriendo a su lado... coqueta, malvada, peligrosamente encantadora. Era todo tan real que lo único que lo retenía en la fantasía era la ausencia de colores.

Revivió la manera en que ella le ofrecía azúcar y lo invitaba a caer. Él siempre la quiso, a pesar de que intentaba no hacerlo. Ella, con sus gestos, su mirada y su ternura se había encargado de que la quisiera con locura.

Sólo quería preparar un café, pensaba mientras repetía con rabia y en silencio lo imposible que fue no aceptar el azúcar de sus manos. A su amigo no le gustaba la sacarina.

Revivió el momento exacto. Él aceptando el azúcar, dejándola sobre la mesa. Ella con su mirada tierna invitandolo a besar. Él tomándola de la cintura ... fue imposible no besarla, sentir sus labios, su ternura, su calor...

Abrió los ojos bruscamente. Se paró de la banca. Miró algunas parejas que caminaban de la mano por el parque y siguió caminando. Había perdido su escritorio, la ventana, su trabajo, pero había perdido también a un compañero, a un amigo, a su amigo.

Si tan sólo se hubiese negado a llevarle una taza de café. Pero eran tan amigos. Si se hubiese resistido a ella, tal como lo venía haciendo desde hacía más de cinco años. Si tan sólo él no los hubiera visto...

Si ella lo hubiera elegido a él y no a su amigo... hoy no estaría en el parque, hoy sería feliz.

24 de julio de 2006

¡Quién lo diría!

Blanca Nieves y El Tao Tao


Quiero compartir con ustedes este video de Blancanieves...¡¡¡relamente está buenísimo!!! ¡Los enanitos son secos!

Ojalá que lo disfruten... y les aseguro que luego de verlo, les será difícil no cantar el Tao Tao a lo menos unas horitas jejejejeje

14 de julio de 2006

Entre Carros

Era casi un ritual. Ocurría de lunes a viernes en Baquedano cerca de las 7:30. Él, al otro lado del andén, comenzaba buscando algo en su bolsillo. Era siempre un papel, quizás el mismo. Lo abría para mostrarlo apoyándolo contra su pecho. Yo, rozando la línea amarilla, intentaba descifrar entre carro y carro qué estaba escrito. 7:35 y todo acababa. Él subía al metro, guardaba las palabras en su bolsillo y yo continuaba mi camino. Pasaron cuatro meses. Viernes, 7:30. Él busca su papel, lo muestra y descubro: “El que lee es tonto”.