No podía soñar. No podía dormir. Sus párpados permanecían arriba, retenidos por alguna fuerza extraña, totalmente desconocida. Luchó... luchó con su cuerpo y sus sentimientos contra “aquello” que no lo dejaba cerrar los ojos, que lo obligaba a levantarse... a caminar casi sonámbulo por el dormitorio, a prender una vela, a beber leche caliente y a mirarse al espejo...
Así, de pie frente a su imagen, lo entendió todo. Su rostro era de madera y dos hilos salían amenazantes desde sus párpados color raulí. Lloró con los ojos abiertos, lloró eternamente, mientras arriba, la multitud aplaudía a aquél tirano que lo mantenía sin sueños.