Condenada a tu torpeza y al reencuentro,
a tu mirada y a tus palabras,
a tu no presencia.
Condenada a tu rostro de poeta maldito,
a tu alma que fuma y derrumba,
mi ser entero.
Condenada a tus apariciones,
a tus llamadas imprevisibles,
a tus palabras aisladas y eternas.
Condenada a aquél recuerdo,
a tu sonrisa astuta,
a tu abrazo eterno.
Condenada al “jamás”.
al “quizás”, al “ojalá”,
y a tu silencio.
Condenada a tu ausencia,
que no incomoda,
que ya no es ajena.
Condenada a caminar por aquella plaza,
a beber un ruso negro,
a sentarme en aquél banco.
Condenada al olvido,
ése que no llega, ese que no existe,
ése que condena.